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martes, 23 de octubre de 2012

Es la educación, ¡estúpido!


En España somos muy dados a hablar de todo sin profundizar en nada las más de las veces. Este entrada del blog es una buena muestra. 
No soy docente, ni experto en la materia, ni trabajo en el Ministerio de Educación, ni soy político, ni tan siquiera soy padre de alumno alguno. Sin embargo, soy ciudadano; observo, escucho, analizo y, a veces, escribo.
Es por ello que el tema de la educación se me antoja la piedra filosofal sobre la cual pivota casi todo, lo bueno y malo, que pasa en nuestro país, y de manera más extensiva en muchas sociedades.
Sin una buena educación el edificio social se tambalea, surgen grietas y no hay consistencia para remozar el proyecto conjunto siendo adaptativo a los nuevos tiempos.
Los famosos informes PISA de la OCDE demuestran año tras año que nuestros niveles no dan la talla, que ni tan siquiera pasamos el corte en las materias evaluadas, siempre por debajo de la media. Furgón de cola en la actualidad y perspectivas de furgón de cola en el futuro, estabilidad en la mediocridad.
El sistema educativo español , que ahora trata de reformar el PP con el polémico y polemista ministro Wert a la cabeza, es el gran talón de Aquiles que todo lo lastra.
No aprendemos las materias con solvencia, desbordamos las estadísticas de abandono escolar, ninguna universidad española está entre las primeras del mundo, no educamos para conocer, apreciar y respetar la democracia que tanto nos ha dado y que tan a menudo es ninguneada, se desmembra un programa de contenidos unitario en favor de un mundo de taifas escolar y suma y sigue ad infinitum.
Cualquier persona con dos neuronas en su sitio y ganas de usarlas se da cuenta de que por ahí van los tiros a la hora de enderezar esta crisis social, que no meramente económica, que ahora padecemos. 
A pesar de esta obviedad poco se hace para revertir esta espiral descendente. Los políticos manipulan el tema jugando como tahures con cartas trucadas, los medios de comunicación denuncian de tanto en tanto sin profundizar e insistir en esta tragedia nacional, sin apoyar con programas y contenidos que ayuden en esa dirección mientras los ciudadanos asistimos bastante pasivos y resignados a este malfacer educativo.

Sin educación sólida y constructiva no habrá salida a la corrupción que nos ahoga, a la desidia generalizada, al descrédito de las instituciones, a la anemia económica y social, al paro sangrante, a la huida masiva de trabajadores al extranjero y a mil y un males más que tan bien conocemos todos en mayor o menor medida.
La temida técnica de la gota malaya debería ser la que guiara la acción de ciudadanos, blogueros, padres, alumnos, medios de comunicación y demás interesados en dar la vuelta a la tortilla pocha que nos intoxica. 
Repitiéndome cual gota malaya, cierro estas líneas tal y como hice con otro artículo hace casi un año, dejémonos de pamplinas independentistas, rescates y demás milongas, ¡es la educación, estúpido!

martes, 9 de octubre de 2012

Lo que Ryanair esconde


Mucho se lleva hablando en los últimos meses de la compañía Ryanair, de sus aparentemente reiterados fallos técnicos y de su cuestionable fiabilidad como aerolínea.
Ryanair no es ni más ni menos que la punta del iceberg de lo que se cuece, a altas temperaturas, en los entresijos de los cielos españoles.
En España, como en todas partes, pero aquí más , que para eso somos muy temperamentales, el morbo y lo sensacionalista vende, y mucho. La campaña desatada en los medios de comunicación a raíz de los incidentes del día 26 de julio ha convertido a la compañía irlandesa en uno de los temas candentes ante la opinión pública.
Siendo controlador aéreo ha sido inevitable que muchas personas, periodistas incluidos, me hayan preguntado la pregunta del millón ¿es seguro volar con Ryanair?
Ni mi posición como controlador aéreo, y menos aún mi papel como periodista en los medios, me permite responder a dicha pregunta. No me corresponde a mi, tenemos a donde dirigir la vista.
En España existe, entre tanta mamandurria y burocracia, un organismo público responsable de responder a dichas dudas existenciales: la AESA, la Agencia Española de Seguridad Aérea.
Creada a finales de 2008 se le presupone la supervisión de las compañías aéreas que operan en España, de los proveedores de servicio de control aéreo y,  en general, de todo lo relacionado con aviones y seguridad.
Poco conocida del gran público, incluso del público aeronaútico, la cautelosa y sigilosa AESA lleva desarrollando una labor tan callada que muchos nos hemos preguntado para se ha creado. Las cosas de palacio van despacio y hay que dar un margen de confianza a toda institución pública, máxime una sobre la que recae semejante responsabilidad, pero todo tiene un límite. Ahora le toca a la AESA mojarse, y hasta las rodillas.
El enredo aéreo español, aquí empieza el tomate, se complica cuando uno analiza en detalle el lugar que cada elemento ocupa en la cadena de seguridad. La connivencia y el compadreo están al nivel de un episodio de los Borgia, las maldades e intereses cruzados puede que también.
Si un Montesquieu volador levantará la cabeza y la posara sobre el sector aéreo español le desconcertaría la evidente falta de separación de poderes.
La cúspide de la pirámide la domina el Ministerio de Fomento, del cual dependen el mayor proveedor de navegación aérea de España, AENA, aún monopolio a día de hoy, la citada AESA y la Dirección General de Aviación Civil, que es el enlace Ministerio resto de piezas.
Para entendernos, AENA, que decide cuantos aviones caben en el espacio aéreo, de lo cual cobra las tasas que la sustentan, depende del Ministerio; la AESA, que supervisa que AENA haga las cosas bien y no se pase de la raya atiborrando los cielos de aviones, etc..., también depende del Ministerio.
Por otro lado la AESA supervisa a las compañías aéreas, aquí entra en juego Ryanair, para que cumplan los protocolos de seguridad, por ejemplo el consabido tema del corto de combustible.
Ni la AESA tiene los medios para ejercer sus funciones en profundidad ni, lo que es peor, una voluntad evidente por el momento de hacerlo en profundidad.

Para muestra un botón que deja en evidencia hasta que punto la endogamia es mala y produce contubernios poco eficaces.
El organismo mundial que regula la Aviación Civil, OACI, determinó en su auditoría de 2010 que en España no se cumplían los parámetros de seguridad estipulados, firmados por nuestro país.  Ese mismo año hubo 47 cuasicolisiones en el espacio aéreo español, cifra desmesurada y nunca estudiada en detalla para su futura prevención.
 OACI considera que en España AENA hace la vista gorda y no notifica, tal y como es obligatorio, todos los incidentes que se producen, añade que la CIAIC (Comisión investigadora de Accidentes), responsable del caso de Spanair por ejemplo, no está bien dotada y que es lenta en sus deliberaciones, lo cual lo hace menos resolutiva, y remata diciendo que la AESA está en pañales y que así difícil que haga cabo su labor, es decir supervisar la seguridad aérea de los pasajeros de avión en nuestro país.
En 2012, vueltas que da la vida, Carmen Librero, entonces directora de Navegación Aérea, AENA, la persona responsable de los incidentes y cuasicolisiones sobre los cuales no se ponía el celo pertinente a la hora notificar e investigar es ahora Secretaria General de Transportes, responsable de la actuación de la AESA.
Resumiendo y en román paladino, quien no hizo las cosas conforme a la ley en 2010 en materia de seguridad aérea es a día de hoy la que tiene que investigar esos hechos, imagino que les suena muy familiar y muy español el asunto, a mi también.
La ministra Ana Pastor tiene sobre su tejado, no ya una pelota, sino un globo aerostático descomunal, en materia de seguridad aérea que debería tratar de resolver antes de que le explote sobre la cabeza.
Sentido y sensibilidad resumen por el momento su actitud, confiemos en que ahora llegue la acción.
Volviendo al origen del artículo, la mal traída Ryanair, denostada ahora en una extraña campaña tal vez orquestada, su fiabilidad depende de la palabra de todo el montaje anteriormente expuesto. Cuesta tener fe ciega en ello, confianza la justa.
A los usuarios, en gran medida indefensos ante la inacción de los que tienen responsabilidad, nos queda al final la última palabra como consumidores, pasajeros en este caso, a la hora de volar o no con una u otra compañía aérea.
 A mi no me gusta Ryanair por sus malas formas y por su marketing engañoso, no puedo poner en entredicho su seguridad. No obstante, lo que me gusta mucho menos todavía es que se haga dejación de funciones desde el Estado al cual sostengo con crecientes y ubicuos impuestos.
¿Ryanair sí, Ryanair no?
Cuestión de gustos, para gustos los aviones.