Powered By Blogger

viernes, 30 de marzo de 2012

Chapapote informativo


Si el Prestige nos trajo al lenguaje coloquial la palabra chapapote, el chapapote de los medios de comunicación nos trae el desprestigio que sufre hoy en día el periodismo.
La crisis económica y social que atravesamos, padecemos y cabalgamos, ha puesto de manifiesto la incapacidad de los medios de comunicación para adaptarse a la misma y ganarle la batalla.
No me refiero tan solo a su cruzada particular en la transición de los medios impresos a los digitales o la competencia por la publicidad menguante.
El mundo no es el mismo que hace diez años, internet ha abierto miles de ventanas a los receptores de la información, los cuales mediante las redes sociales, los blogs y una actitud más crítica y escéptica esperamos otro tipo de periodismo.
La comunicación de masas tal y como la hemos conocido se fraguó a finales del siglo XIX, acompañando a la revolución industrial e informando a las crecientes clases medias de los países más avanzados. El siglo XX fue su siglo de oro, modelando a la sociedad a la vez que la reflejaba, impacto dual que ahora parece haberse quebrado.
Que los grandes grupos de comunicación sigan guiándose por unas ideologías cada vez más descafeinadas y desdibujadas, apoyando con descaro a diferentes fórmulas políticas pudo funcionar en el contexto antiguo, ahora ya no aceptamos con tanta parsimonia discursos enconsertados. 
¿Qué será del ABC en unos años? Sus lectores, de alta media de edad, deben de estar desconcertados ante el giro sensacionalista del medio. 
¿Sobrevivirá un amarillista El Mundo a la retirada de Pedro Jota Ramírez?
¿Logrará salvar un decadente grupo Prisa a su tocado bastión, El País, antaño diario independiente de la mañana?
Muchas preguntas sobrevuelan los conceptos del periodismo tradicional y sus gurús, al igual que los políticos sobre los que tanto informan, se han centrado en parar la hemorragia parcheando sin replantearse a fondo un cambio de modelo.
El periodismo ha sido hasta ahora opinión ideológica muy definida según el medio y actualidad a destajo. No parece que los tiros de la nueva era digital vayan por ese camino agostado. Opinión sí, imprescindible, pero con matices y sin tanta salsa partidista. Actualidad menos, ¿quién se acuerda del asesino de Toulouse? Fue absurda portada de todos los medios españoles hace una semana y pocos recordarán ya su nombre. ¿Qué impacto tuvo en nuestras vidas? ¿Cuántos muertos hubo en la última explosión en un mercado de Bagdad? Ni lo recordamos ni lo queremos recordar. Es una historia trágica que desgraciadamente no tiene impacto periodístico por repetición extenuante y falta de relación con el receptor.

El momento parece requerir un periodismo extensivo, de análisis y profundidad, frente al superficial periodismo intensivo de primicias irrelevantes.
Queremos saber el por que del conflicto sirio, no el detalle morboso del día a día, no es cinismo, es realismo de enfoque. Para poder concienciar, mover a la reflexión, y producir cambios sociales, que es uno de los trasfondos ineludibles de todo periodismo serio, hace falta más contenido y menos estruendo de la inmediatez.
El desapego hacia la prensa no es irreversible, es cuestión de volver a encontrar la sintonía con millones de receptores que siguen esperando los mensajes y que ahora exigen menudos ruido y más nueces, a la par que la oportunidad de expresar sus opiniones.
La encrucijada plantea varios senderos pero el único que conducirá al éxito y a la supervivencia será aquel que revalorice el papel del ciudadano y de la sociedad civil como gran protagonista de la nueva era.

lunes, 26 de marzo de 2012

Desmemoria histórica


No tuve la suerte de poder disfrutar de mis abuelos mucho tiempo, apenas conocí a mis abuelas y el último abuelo en partir lo hizo cuando yo tenía poco más de 7 años.
Siempre he añorado esa relación tan especial que en ocasiones se establece entre abuelos y nietos, carente de las tiranteces que se dan entre padres e hijos, el salto generacional suele aliviar las tensiones.
Nuestra sociedad está compartimentada en diferentes burbujas difíciles de romper: burbujas de edad, burbujas sociales, burbujas culturales, burbujas ideológicas, cada una flota libre rozándose levemente o ignorándose con desparpajo.
La llamada Tercera Edad supone en España un conjunto de unos 8 millones de personas, una cifra imponente que crece año a año en cifras totales y en porcentaje sobre la población total del país.
Puedo que no los veamos, o no los queramos ver, pero nuestros mayores son y están y no reciben toda la atención que necesitan y merecen.
Los medios de comunicación y las tan de moda redes sociales muestran una visión del mundo dominada por los jóvenes y los maduros; los primeros son el gran objetivo de las marcas como consumidores potenciales, y los segundos, los que toman las decisiones políticas y económicas que condicionan nuestras agendas personales.  
Sin embargo, ¿qué pasa con los mayores de 65 años?
Hace tres décadas gozó de cierto éxito en la televisión española una serie llamada "La fuga de Logan" en la cual se describía una sociedad que eliminaba a sus ciudadanos a los 30 años, fecha límite para vivir, en pos de un equilibrio social. Se trataba de Ciencia Ficción que planteaba de soslayo debates sobre el crecimiento de la población, el control de la natalidad, y el concepto de vejez. 
Basta hoy en día abrir un periódico o ver una serie de televisión para darse cuenta de que la vejez no vende, no ocupa portadas y no es muy tenida en cuenta. Imagino que los ancianos son los mayores consumidores de televisión, ocio barato y fácil de digerir, y, paradójicamente, apenas hay contenidos específicos para ellos. Cuesta encontrar personajes de ficción que reflejen la realidad de los mayores, que atiendan a su problemática. 
La generación que ha vivido una de las épocas más duras de la historia de España, la Guerra Civil y la Posguerra, transita ninguneada por esta España desmemoriada del siglo XXI que no quiere reconocerse en sus humildes y esforzados orígenes.

Ser mayor no significa hacer labores de padre con los nietos, ni estar aparcado en una residencia, ni tampoco pasarse la tarde jugando a las cartas o al domino en el Centro de Mayores del pueblo. Hay muchas realidades más allá de los 65 años, millones de personas activas, con historias, con trayectorias, con proyectos y ese es un caudal humano que no estamos teniendo en consideración. 
Mi tía Amparo tiene 87 años y es la heroína familiar. Estudió una carrera contra el criterio paterno, crió una familia numerosa y es amena, ocurrente, irreverente, y logra inspirarme más con su conversación que la mayoría de la gente de mi edad; no es un caso aislado, hay miles de mayores que brillan con luz propia por encima del ostracismo social. 
Tal vez un motivo de la crisis de las sociedades actuales se debe a que en nuestro empeño por ser los más modernos nos olvidamos de conservar y valorar lo que fuimos previamente. 
Quizá ahora toque pararse a pensar, reconsiderar conceptos y prioridades y mirar para atrás, buceando en lo que fuimos para averiguar donde se nos torció el camino y así poder enderezarlo.
Mientras tanto seguiré confiando en que no está lejos el día en que los abuelas y las abuelos consigan hacerse oír, a pesar del apagón informativo que sufren, y se conviertan en Trending Topic diario. 
Se lo merecen. Hay mucho recorrido hasta el final del camino.  

miércoles, 21 de marzo de 2012

Cambiar de chaqueta


Se dice que el hábito no hace al monje pero depende de como se interprete la frase, esta adquiere significados antagónicos.
En general, en la vida, todos acabamos adoptando un hábito, un traje que nos define, mezcla de personalidad y de profesión, el cual proyecta nuestra tarjeta de presentación ante los demás.
Primero luchamos por superar la carrera de obstáculos que el crecimiento conlleva, y, cuando estamos inmersos en pleno proceso nos toca definirnos profesionalmente.
Nuestro sistema educativo no deja mucho margen a la creatividad o a la reflexión de los alumnos, el manido "estudias o trabajas" es fiel reflejo de como nos toca elegir trascendencias a salto de mata.
Con este discurrir es comprensible que muchos de nosotros no nos reconozcamos en nuestra chaqueta cuando, ocasionalmente, tenemos la valentía de mirarnos en el espejo de la reflexión.
Cambiar hábitos cuesta tantas batallas interiores que las más de las veces ondeamos la bandera blanca y nos rendimos ante nuestra propia derrota.
Una de las asignaturas pendientes de esta España en crisis existencial es lograr que las personas tengamos el empuje y el apoyo para saber colgar la chaqueta que no nos gusta o que se nos ha quedado pequeña y nos asfixia. EEUU es un buen ejemplo a imitar en estos asuntos de reinvenciones  y cambios de carrera, allí nunca es tarde para dar giro de 180º sin que ello conlleve que nuestro vuelo personal entre en barrena.
El miedo a cambiar, el miedo al que dirán, el miedo al fracaso, el miedo a la inseguridad son trabas que lastran más a unas sociedades que a otras, especialidad de la casa patria, como el ibérico.
Visto que el sistema que tenemos no funciona hay que plantearse seriamente cambios profesionales para lograr que la nave arranque de nuevo.
Más que nunca se hacen necesarios apoyos desde organizaciones, administración y entorno, para animar y apoyar a todos los que ante la cruda coyuntura deciden dar pasos y mover ficha.
En piel propia estoy viviendo este proceso de búsqueda del cambio, costoso y frustrante a ratos, generador de ansiedad pero también liberador de energía y creatividad.
No debemos olvidar que nadie debe comprarnos los trajes, que luego pasa lo que pasa, al fin y al cabo, nosotros somos nuestro mejor sastre personal. La gama de chaquetas es muy amplia, no nos conformemos con el gris oscuro, ya no está de moda.



lunes, 19 de marzo de 2012

¡Abajo las cadenas!



Si "vivan las cadenas" fue el nefasto lema que lanzaron los absolutistas para celebrar el regreso de Fernando VII al poder no constitucional, hoy en día deberíamos todos proclamar un sonoro "abajo las cadenas" frente a tanta cortapisa que no cesa.
En 1812 el choque se producía entre el Antiguo Régimen y los valientes y minoritarios reformistas españoles, mientras que en estos tiempos de incertidumbre, la cosa confronta a políticos y a ciudadanos.
Consideramos ser mucho más libres que nuestros antepasados ya que disfrutamos de una democracia participativa y de una supuesta igualdad ante la ley. No obstante, la triste realidad del día a día muestra una cara menos amable ante el espejo de las libertades.
Nuestros políticos, desde la Constitución de 1978, han ido ganando cuotas de poder, aumentando, vuelta de tuerca tras vuelta de tuerca, el control sobre los gobernados. Prácticamente todo está contemplado en una ley, ordenanza, orden ministerial o primas cercanas dentro del entramado infinito de regulaciones que nos rodean.
Estamos obligados a ir a la escuela, a pagar impuestos, a cumplimentar miles de formularios en los que toda nuestra vida y movimientos quedan registrados. Se nos teledirige en muchas facetas de nuestro existir desde los poderes públicos, unas ocasiones en cuestiones baladíes y otras muchas en temas de mayor calado. El mundo digital ha potenciado de manera desmedida este control sobre los ciudadanos.
Incluso en algo tan secundario como el uso obligatorio del cinturón de seguridad se produce una colisión de gran profundidad entre la libertad del individuo y el Estado paternalista que restringe. ¿Por qué se nos obliga bajo amenaza de multa y retirada de carné a usar el cinturón cuando es una decisión individual que no afecta a los demás? Por insignificante que les pueda parecer a muchos dicha encrucijada, el trasfondo del ejemplo, y por ello su valor reflexivo, es que hemos venido a aceptar con naturalidad y resignación que el Estado se inmiscuya en nuestras vidas hasta la cocina.
No hemos llegado, cierto es, al extremo demencial de EEUU donde en algunos estados está penado con la cárcel el sexo oral dentro del propio domicilio, entre adultos consentidores, sean casados, pareja o amigos con derecho a roce.
Se entiende y se empatiza con los grupos que presionan y tratan de sensibilizar sobre la necesidad de dotar a los ciudadanos de mayor margen de maniobra, de devolver a la sociedad civil el control de la vida de cada uno.
La democracia, a mi entender, se creó para que los ciudadanos pudieran convivir en libertad teniendo la posibilidad de labrarse su propio destino sin coartar el de los demás. Lo que hoy en día padecemos es una sobredosis de supervisión y limitación de nuestros derechos por unos pocos, votados por muchos, que nunca son la mayoría de los ciudadanos.
Una adecuada reforma del sistema judicial, al cual habría que dotar de muchos mayores recursos, podría contrapesar una reducción del excesivo poder del legislativo.  Dejen que los ciudadanos nos entendamos más entre nosotros, sin tanta excesiva y molesta intermediación de los políticos.
Políticos sí, pero dentro del tiesto, que las plantas trepadoras crecen y acaban por ahogar al árbol.
Ojalá que dentro de algunos años, a ser posible antes de 2212, podamos celebrar que las cadenas han caído y que el mundo es un lugar con menos vallas, donde poder caminar libremente sin tanto cuatrero con cadenas para lanzar.
Siempre es preferible equivocarte tú mismo a que lo hagan los demás por ti.
Caminante sí hay camino y se hace camino al andar. 


domingo, 4 de marzo de 2012

Abrir el melón


Hoy se agitaban las redes sociales, Twitter a la cabeza, comentando el editorial de El País, el cual se dedica a ponderar y alabar las virtudes de la Monarquía española y a determinar la nula conveniencia de cuestionar su necesidad.
Se sorprendían muchos tuiteros, imagino en su mayoría de izquierdas, ante este enfoque que parecía calcado del rival tradicional del emblema de Prisa, el ABC.
En este mundo de ideologías cambiantes, cruzadas, juntas y revueltas, donde el poder económico acaba prevaleciendo sobre todo sistema de valores, ya nada debería chocarnos.
Está claro que la Monarquía española pasa por sus horas más bajas y no tan solo por el caso Urdangarin, sino también por muchos factores que han ido alejando a la institución de la sociedad a pesar de los esfuerzos de la Casa Real por mitigar el desapego. 
En 1978 cuando se votó la Constitución Española y se refrendó el sistema de Monarquía parlamentaria, en la figura del elegido por Franco, la sociedad española de la transición no tenía muchas alternativas para pasar página sin estridencias. 
Hoy en día todo ha cambiado aunque no lo suficiente. Tenemos un Estado en crisis, unas CCAA más cuestionadas que nunca, una clase política en mínimos de credibilidad y una Monarquía renqueante.
Queda mucho por hacer para que la imperfecta democracia no lo sea tanto en el caso español.
Todos los nacidos desde 1960 no tuvimos opinión en el refrendo de aquella Constitución y todo lo que conllevaba. Son asuntos serios y no hay que removerlos con asiduidad pero no parece tan descabellado plantearse retocar lo necesario para que el engranaje no se atasque.
Este es un melón que los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, no tienen intención de abrir ya que serían los máximos perjudicados cediendo cuota de poder, triste constatación de como los intereses partidistas pasar por encima de los de los ciudadanos. El político olvida su faceta de hombre de a pie para enfundarse las orejeras del partido de adscripción. 
Tan solo una fuerte presión popular, por vías pacíficas y democráticas, puede lograr que la piedra se mueva de sitio, nos toca a nosotros empujar. 
Ya que a los políticos no les gusta el melón deberíamos ser los ciudadanos, la sociedad civil para beneficio de la cual se montó todo el chiringuito constitucional, los que cojamos el melón, lo tanteemos, y sopesemos si está maduro para su consumo. En mi opinión el momento es oportuno, no sé ustedes, pero creo que, en general, los ciudadanos sabemos bastante más de fruta que los políticos, y está parece que está empezando a pudrirse.

viernes, 2 de marzo de 2012

Mi primer vuelo


La primera vez que se vuela es un recuerdo nítido que queda grabado en nuestra memoria, en particular para los de mi generación y los de las precedentes. Volar pasó de ser un lujo a un deseo, a un capricho para acabar siendo un acontencimiento cotidiano. Hoy en día muchos niños entran al mundo digital, de la aviación, de los viajes y de mil cosas más a edades impensables hace tan solo 25 años. 
Nunca olvidaré mi primer viaje en avión, un Madrid-Nueva York, con Iberia, en diciembre de 1991. 
La compañía había lanzado unas ofertas nunca vistas en aquellos años y por unas 35000 pesetas logré bautizarme aeronáuticamente cruzando el charco.
Luego llegaron más viajes, lo cual se intensificó una vez estabilizado laboralmente. 
Los aviones han cambiado la faz de la tierra, ellos han sido los precursores de la globalización que hoy en día tan asimilada tenemos. La telefonía, internet y las redes sociales acercan voces, ideas, imágenes pero estos son meros sucedáneos de lo real, de lo que proyectan, la persona.
Han sido los medios de transporte los que han provocado las mayores migraciones de la historia, el mayor intercambio de poblaciones nunca visto en la historia de la humanidad. Obviamente, el avión es el medio de los emigrantes más afortunados, y el símbolo del turismo de masas globalizado.
A pesar de haber pasado más de 20 años desde que puse pie en aquella extraña cápsula volante que son las aeronaves, sigo vibrando, no tanto con el vuelo en sí, sino más bien con el concepto del ser "teletransportado" de un lugar a otro en tan poco tiempo. 
Me resulta divertido como en las películas se utilizan los aviones como lugares de sucesos sobrecogedores, aventuras de suspense y romances aéreos que, francamente, nunca he vivido como pasajero.

Sin duda, cuando uno viaja, es preferible la asepsia durante el vuelo, antes que vivir emociones a bordo que las más de las veces tienen que ver con fallos técnicos o pasajeros enfermos.
Mi profesión me ha permitido conocer un poco más ese mundo, he tenido la oportunidad de volar muchas veces en cabina, despegar y aterrizar en ella, pasar tiempo con algunas tripulaciones, compartir historias y puntos de vista. 
Pertenecer al lado tierra, a control,  ese gran desconocido, me ha ayudado también a saber lo que ocurre alrededor de los aviones y no vemos, comprender toda la maquinaria de vigilancia y supervisión que rodea al tráfico comercial de pasajeros.
Volar se ha convertido en una relativa pesadilla por culpa de la masificación, los aeropuertos faraónicos, los controles de seguridad y la inevitable vulnerabilidad del sistema ante numerosos contratiempos, especialmente el clima adverso. No obstante, creo que es algo que todos deberíamos hacer una vez en la vida para experimentar esa evasión que el fondo representa abrocharse el cinturón.
Mi padre nunca llegó a volar, siempre me quedó esa espina, y puede que mis vuelos, mi profesión y mis palabras sean en cierta manera un homenaje a su figura.